La prueba del algodón de cualquier propuesta de innovación reside en el qué, quién y cómo se evalúa la actividad. No son pocas, precisamente, las supuestas actividades innovadoras que terminan con un simple examen de ribetes memorísticos.
Las rúbricas de evaluación resultan a tal efecto un magnífico instrumento para cuestionar esas perniciosas rutinas tan presentes en las culturas escolares, poniendo el hincapié en el qué se valora y proponiendo criterios a los que los alumnos y el profesor se atenderán en una valoración que, ahora sí, permitirá y fomentará la autoevaluación y la evaluación entre iguales.
¿El problema de las rúbricas?. Muchos dirán que el mayor problema es que hay que elaborarlas, cuando hay instrumentos y rutinas que, una vez aprendidas, reducen notablemente el trabajo. Pero a mí la experiencia escolar de muchos años me dice que el mayor problema reside en el peso de la tradición escolar sobre las mentes y los hábitos de profesores y alumnos identificados con un modelo de enseñanza reproductivo y cuantificador. Las rúbricas sirven para evaluar tareas y proyectos, pero muy poco para el ejercicio de reproducir la lección bien aprendida.
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